El convento de San Antonio, ubicado en la parroquia de Herbón, es la muestra franciscana por excelencia: allí se instalaron esos monjes y allí siguen; una fuente que representa a uno de ellos en postura de oración indica que fue construida en 1 786, pero la fecha no debe llamar a engaño: los religiosos ya estaban en el lugar en el año 1396.
Todo es sobriedad, silencio, oración y trabajo. Nada deslumbra por sí solo, pero del conjunto emana un halo de misterio, de quietud, de encerrar el enigma que explica que, a pesar de todas las vicisitudes, el recinto ha sido, es y seguirá siendo un centro del que en toda la comarca se habla con profundo respeto.
Es posible que a todo ello contribuya el hecho de que esté metido en una hondonada, y que para llegar a él haya que descender por una empinada y larga rampa primero y por unas escaleras después, hasta detenerse ante la sobria fachada con su torre-campanario.
En el interior del templo, la profusa ornamentación del altar mayor no logra evitar que continúe esa sensación de sobriedad. No reclaman nada, pero en la Historia consta que fueron ellos, los franciscanos, quienes trajeron de América la planta de los afamados pimientos.